Mis amigas llevaban meses diciéndome que estaba muy tensa, pero de ahí a regalarme una sesión de masaje iba un rato. Me había sorprendido mucho el detalle e incluso me llegué a plantear devolverlo. No me hacía tanta falta, ¿o sí?
Conforme entraba al local me iba poniendo más nerviosa. Una chica joven me hizo pasar a una habitación y me pidió que me desvistiera. ¿Sería ella mi masajista? Le obedecí y me quedé sentada en la camilla de masaje con la ropa interior. Tras unos largos minutos una mujer entró por la puerta. Se trataba de una masajista española, de pelo oscuro y hermosa sonrisa. Se presentó y al verme con la ropa interior se echó a reír.
—Mejor quítatelo todo —dijo.
Sonreí yo también y mientras me desnudaba me fijé en ella en más detalle: era una española rellenita y de tetas grandes. ¿Sería su pecho natural? Intenté apartarlo de mi mente, ya que iba a estar tocándome, y me tumbé boca abajo.
Ella me puso una toalla pequeña cubriendo mis nalgas y parte de mis muslos y noté cómo me aplicaba aceite por la espalda. Empezó a masajearme hábilmente y poco a poco, noté cómo toda esa tensión que ni siquiera sabía que tenía desaparecía. Realmente se sentía bien, muy bien. Toda mi concentración estaba en sus manos que iban acariciándome y no podía pensar en nada más.
Al cabo de un rato dejó mi espalda y pasó a mis hombros y a mis brazos. Cuando pasó las manos por mis costillas noté un estremecimiento al notarla tan cerca de mis propias tetas. Después, pasó a masajearme las pantorrillas. De ellas fue subiendo hasta mis muslos y yo noté cómo empezaba a excitarme poco a poco. Intenté calmarme respirando hondo pero, sin comerlo ni beberlo, me encontré con la respiración acelerada, casi jadeando cuando sus manos llegaron al borde de la toalla.
Pensé que quizás no se hubiera dado cuenta, pero en ese momento se inclinó, rozando mi espalda con sus grandes tetas y me susurró al oído:
—¿Sigo?
Por un momento me quedé congelada, pero las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera pensarlas.
—¡Sí! —gemí.
Siguió masajeándome los muslos, cada vez más arriba, hasta que sus pulgares rozaron mis labios. En ese momento, pensé que me iba a correr, y no lo hice de milagro. Repitió el movimiento unas cuantas veces más, provocándome olas de placer que recorrían todo mi cuerpo.
—Date la vuelta.
Lo hice, y ella me quitó la toalla, dejándome completamente expuesta. Siguió como si nada masajeándome las piernas y los brazos, haciendo que mi excitación creciera más y más con la anticipación. Mi vagina ardía, mi clítoris pedía a gritos unas caricias y tenía los pezones tan duros que dolía.
La morena masajista siguió despacio, ignorando las señales de mi cuerpo. De los muslos pasó al vientre, y subió poco a poco por las costillas hasta alcanzar mis pechos. Los acarició, tomándolos entre sus manos, y luego pasó a los pezones. Los cogió y jugó con ellos, retorciéndolos ligeramente, tirando de ellos. No pude evitarlo y gemí. Estaba a punto del orgasmo, solo necesitaba un poco más.
Ella supo leerlo y mientras con una mano seguía estimulando mis pezones, con la otra comenzó a acariciarme la vulva. Pasó por los labios mayores, los menores y acarició la entrada de mi vagina. Empecé a sentir espasmos y sin poderme controlar, moví las caderas contra sus dedos, intentando conseguir más placer. Entonces ella llegó a mi clítoris. Sus dedos expertos me acariciaron lentamente, deleitándose en lo mojada que estaba. Al cabo de unos segundos, noté cómo todos mis músculos empezaban a contraerse. Aquella española ardiente trazaba figuras invisibles sobre mi clítoris, cada vez más deprisa. Solo podía pensar el placer que irradiaba desde sus dedos a todo mi cuerpo hasta que exploté, y un poderoso orgasmo me hizo convulsionar y gemir hasta quedar rendida.
Sin decir nada, la masajista salió. Al final, parece ser que sí lo necesitaba.
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