Relato erótico : Mi aventura con la madre de mi amiga, una madurita casada

Estela y yo habíamos sido amigos desde que empezamos el instituto. Al principio me gustaba mucho y ella nunca había querido nada más. Pero hacía años que yo ya no era un chaval imberbe y le había puesto el ojo a otra persona más interesante: a la madre de Estela. Era una dama madurita, tan rubia y guapa como su hija, pero mucho más voluptuosa y sexy. Y tenía ese morbo de las casadas españolas, de lo imposible, que me volvía loco.

Era verano y yo me acerqué a casa de Estela con el bañador y la toalla. Tenía piscina y eso era lo que me había impulsado a recorrer las tres manzanas que nos separaban. Pero quizás su madre estuviera por ahí y eso lo hacía más emocionante todavía.

—¡Cris! ¡No me dijiste que venías y me estoy pintando las uñas! —exclamó Estela al verme en la puerta.

—¿Puedo pasar?

—Te propongo un trato: tú me cortas el césped mientras yo termino con mis uñas y luego nos bañamos. Si no te gusta, haber avisado.

—Vale. ¿Están tus padres?

Ella me señaló el garage.

—Mi padre de viaje, mi madre ni idea.

Desapareció de mi vista y yo tiré mis cosas, me quité la camiseta y cogí el cortacésped. Lo pasaba distraído intentando ver a través de las ventanas de la casa, cuando de repente:

—¿Cris?

Juro que casi me corto un pie con la máquina. La madre de Estela apareció a mi espalda, completamente desnuda y solo tapándose con una toalla. Sus ojos recorrían todo mi cuerpo y me sonreía pícara. Mientras me hablaba de algo que ni recuerdo, yo empecé a empalmarme y entré en pánico. Pero ella también se dio cuenta y sonrió aún más.

—Vaya… —dijo y en ese momento la toalla ¿se le cayó? O la tiró. El caso es que aquella madura casada quedó totalmente desnuda ante mí y pude admirar sus pechos perfectos y sus increíbles piernas.

Se acercó mucho a mí, tentándome. No lo pude evitar, así que le tomé por la cintura y empecé a besarle el cuello. Ella pegó su cuerpo al mío y me agarró por las nalgas, pegando mi erección a su vientre. Yo subí la mano por su espalda y la aparté ligeramente para tocar sus grandes tetas. Cogí los pezones entre mis dedos y noté cómo su respiración se aceleraba.

Entonces, la madre de Estela metió la mano en mi bañador y empezó a acariciar mi polla erecta. Dios, estuve a punto de correrme ahí mismo. Me tomé eso como una invitación, así que descendí mi mano desde sus pechos, recorriendo su vientre, deteniéndome a jugar en su ombligo y luego acariciando su vello. Me abrí camino entre sus labios empapados y encontré su clítoris, que empecé a acariciar. Supe que aun siendo amateur lo estaba haciendo bien porque sus jadeos se estaban convirtiendo en gemidos.

Pero yo también estaba a punto de caramelo y quería hacerlo durar más. Así que la cogí y la tumbé en la hierba recién cortada, poniéndome encima. Ella rodeó mis caderas con las piernas, y yo acaricié su clítoris con mi glande, muy despacio, disfrutando del momento. No me podía creer lo que estaba a punto de pasar.

Lentamente me acerqué a la entrada de su vagina y metí la puntita. Pero estaba tan mojada que no necesité mucho más para seguir. Ella movía la cadera frenéticamente, pidiendo más y antes de darme cuenta, toda mi polla estaba dentro de ella, y me movía cada vez más rápido.

Nos fundimos en uno, sudando bajo el sol, jadeando y gimiendo. Ella fue la primera en correrse: ahogó un grito, arqueó la espalda y sentí cómo su vagina se contraía en torno a mi pene. Eso fue demasiado para mí, y mi propio orgasmo me hizo explotar dentro de ella hasta dejarme caer a su lado.

No había recuperado la respiración cuando la madre de Estela desapareció de mi vista.

—¡Cris! —oí a lo lejos—. ¿Qué tal va ese césped?

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